Mi perra es devoradora de cerebros de los peluches que de vez en cuando mi madre le suelta al llegar de Ikea. Allí los peluches están a precio de saldo, -"mu baratos vamos"- Alaska, que así es como se llama mi perra de apenas siete años de edad, los olisquea para después hincarles el diente y hacérselos suyos en tan sólo apenas cinco minutos. Yo la miro una y otra vez y me entra la risa al verla tan enfurecida, y con tanto entusiasmo al intentar sacar las tripas al nuevo peluche, esta vez un camello de pequeñas dimensiones que no ha podido resistirse mucho al caer en las fauces de la feroz Alaska devoradora de peluches. Tan solo se le resistió la primera pelota que le compré de plástico de color amarillo, la verdad que me costó lo suyo, ya que era de una marca conocida de juguetes perrunos. Si de algo me tiene contento mi perrita, es que cada día me demuestra que los perros son el mejor amigo del hombre, no sé si por su corta memoria o porque nunca son infieles a la hora de llegar a casa y menear la cola al verte de nuevo.
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